lunes, julio 25, 2005

Me da el ataque

Tengo una enfermedad hereditaria y degenerativa, también es incurable. La culpa la tiene mi abuela que nunca me advirtió que ella la tenía, sin embargo desde hace tres años se me manifestó. La enfermedad que tengo se llama comunmente como gota y no es más que una incapacidad de mi cuerpo a producir las enzimas necesarias para desdoblar ciertas proteínas que se encuentran en alimentos como carnes rojas y mariscos.

Yo pensaba que la gota le daba a los millonarios ancianos, eso es lo que describen los libros de aventuras que leí durante chavo. Sin embargo me explicó el médico que es justo a mi edad en la que se presenta y normalmente en el 90% de los casos somos hombres. Al parecer el riñón no puede librarse de esas proteínas tan grandes y mi cuerpo contuvo a estas toxinas por exactamente tres décadas, pero llegó el día en que mi cuerpo se reveló y dijo que ya no podía más.

El día de hoy amanecí con mi tercer ataque de gota, me han ocurrido cada año justo por esta época. De acuerdo al médico tengo dos opciones; una de ellas es hacer una dieta que elimine carnes rojas, mariscos, embutidos, enlatados, frituras y vino. Desde luego que el médico al verme me dijo que no cometería tamaña crueldad conmigo y me recetó dos medicinas, una de emergencia que debo colocarme abajo de la lengua en caso de ataque y otra que hace más permeable los riñones a las proteínas que no puede eliminar normalmente. El miedo que tengo con esta segunda medicina es que a la larga descomponga mis riñones como le sudece a todos los ancianos (como mi abuela) que por tomar medicinas que la tratan de otras cosas terminan su vida con tratamientos de díalisis cada semana.

El ataque de gota anterior me agarró desprevenido en Portugal, en la ciudad de Porto. A los primeros síntomas yo ya sabía lo que me ocurría y desde luego también tenía bien identificada la causa: esos deliciosos mariscos que disfruté durante tantos días y que me cayeron como bomba en el pie izquierdo (siempre en el pie izquierdo). En esa ocasión llevaba las dos medicinas pero resultó que la de los riñones se había acabado, por lo que salimos con Marianne a buscar una farmacia abierta a las 7 de la tarde. Los que han viajado a Europa saben que en esos países del primer mundo no hay nunca nada abierto a esa hora, pero después de recorrer a pie gran parte de Porto buscando una farmacia, resultó que había una abierta casi enfrente de nuestro hotel. La historia no termina ahí, porque como bien supuse, para poder coprar una medicina ellos requieren receta y no como en México, simplemente no la perdonan. Desde luego que no llevaba la receta y cuando les expliqué que era una emergencia, me vieron como si estuviera tratando de comprar anfetaminas o algo parecido, sin embargo la encargada me explicó que si llevaba la caja vieja indicando el componente activo y tratándose de una emergencia podrían venderme la medicina por lo que fui corriendo (ja ja) por la caja y al verla la encargada soltó una enorme carcajada y cambió completamente su cara, como aliviada le dijo al otro doctor que yo pedía una medicina contra la gota, que desde luego se llaman distinto acá y allá. Salí con la medicina a los pocos minutos.

Otra cosa que me queda de ese viaje es ver que una medicina de estas que uno debe tomar toda la vida me cuesta 5 veces más en México que en Portugal, a eso le llamo yo impuesto al subdesarrollo.